Roberto Pavón, un hombre de grandes pasiones
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Iliana García Giraldino*
Le debía estas palabras al Viejo. En verdad, todos los que lo conocimos le debemos más que palabras: agradecimiento por su inmenso caudal de vida revolucionaria; de lealtad y prensa combativa; de comunista convencido; de profesional sagaz.
Era un ejemplo sencillo de sensibilidad lo cual multiplicaba su ascendencia entre nosotros, que fuimos, no vamos a decir sus subordinados, porque lo sentíamos como un familiar cercano, un amigo, dispuesto siempre a la comprensión, a dar el mejor consejo. No sé cómo se las arreglaba pero al llamar la atención a un compañero parecía que el autor de la falta era él, y al requerido le llegaba al corazón el regaño y terminaba avergonzado diciendo “Fallé, ¡qué pena con El Viejo!” y aprendía la lección.
Fueron muchas las enseñanzas que nos brindó Pavón. Soy incapaz de enumerarlas, pero lo cierto es que nos hizo mejores profesionales, mejores revolucionarios y patriotas.
Recuerdo cómo disfrutaba relatando su trabajo en el periódico santiaguero Sierra Maestra en los años azarosos después del triunfo revolucionario: “no dormíamos, y las primeras páginas que hacíamos, al otro día la gente las ponía en las puertas de las casas, esas sí eran primeras planas”. Ni qué decir de su paso por la prensa holguinera, de la fundación de Tribuna de La Habana. Una vez escuché a alguien decir “Pavón sacó ese periódico de la manga”. Y lo logró.
Así era él. Nunca con luces ni lentejuelas, siempre era discreto con sus hazañas. Calladito derribaba los obstáculos mayores, encontraba a los problemas las más ingeniosas y simples soluciones, con inteligencia y picardía que al final nos hacía sonreír reconociendo que “El Viejo es tremendo”.
Una tarde me aventuré a preguntarle de su vida antes de 1959. Me habló de las privaciones de entonces, y a carcajadas me contó que estaba tan flaco que una vez al despedirse de su amada Mirta –por entonces su novia- al mover la mano para decirle adiós salió despedido por los aires su anillo de compromiso; y de cómo ambos después de casados en una pobre casita ponían sobre un muro las cazuelas con comida para que la frescura de la madrugada ayudara a conservarla; o como aquellas muchachas –siempre admiró a la población femenina- que vendían café a tres centavos en Carlos III le decían “alambrito” por su delgadez.
Pero yo quería saber más, de su lucha en la clandestinidad, y me atreví a pedirle que me hablara de aquellos momentos cuando fue apresado y torturado por la tiranía. ¿Sintió miedo, Viejo?, dije con absoluto respeto, con un hilo de voz y casi con temor. Nunca me he podido arrepentir lo suficiente de haberle hecho aquella pregunta. No me respondió. Me miró con dolor, se le cuajaron los ojos de lágrimas y no pronunció una palabra. Nunca lo hizo.
Pavón era sentimental. Tuvo dos grandes pasiones: Cuba y su Revolución. No importaba que fuera Director u ocupara grandes responsabilidades, ni que tuviera ya bastantes años. Jamás faltaba a una marcha, a un desfile. Y llegaba al mediodía al trabajo, para iniciar una jornada compleja, coloreado por el Sol, con un modesto pulover blanco, feliz de haber sido parte de una manifestación, ya hubiese sido en la Plaza o en el Malecón, un Primero de Mayo o en la Tribuna demandando el regreso del Niño Elián. No faltaba a las movilizaciones de trabajo voluntario en el campo, a las convocatorias de su CDR. Lo hacía sin alardes, en silencio, con su corazón revolucionario de fiesta. Con eso le bastaba.
Amaba a su Patria, y a su terruño –Holguín-. Tenía gran sensibilidad artística y una vasta cultura. En un homenaje que la AIN le dio al equipo de la novela “Cuando el agua regresa a la tierra” Pavón le decía emocionado “yo conocía muy bien la región oriental, Viñales, todo el país, pero después de ver lo que ustedes hicieron, la Naturaleza en la Ciénaga de Zapata, me siento todavía más cubano”.
Como buen ser humano tuvo sus tropiezos, y fuerzas le sobraban para seguir adelante, con humildad y grandeza a la vez.
Cada quien recuerda con más énfasis la parte de Pavón que más le impresionó. Muchos lo quisieron como un padre. Ahí está Pepe –de Bohemia- que no se cansaba de repetirlo cuando fue a decirle el último adiós. Y tantos otros. No tuvo hijos, o sí los tuvo. Ahí están todos los periodistas que quiso y formó, y le correspondieron con cariño infinito.
¿Cuántas imágenes de Pavón conservamos? Sentado en la dirección de la AIN haciendo profundos análisis políticos; defendiendo vehementemente la historia de la URSS –donde fue diplomático-; verlo molestarse (de broma) cuando le pedían que hablara más alto, que no se le entendía (su voz era un permanente susurro); en reuniones dando el criterio más acertado o tal vez desacertado, pero sincero; evocando pasajes de la historia de la Revolución, de Fidel, de Raúl; militando disciplinadamente en el Partido; disfrutando los paisajes cubanos cuando iba a provincias; ganando más y más amigos entrañables en todo el país; trabajando en la UPEC y PL después de jubilado; siempre con optimismo; siendo cariñoso con todos, desde el más sencillo periodista de la emisora más remota del país, hasta con reconocidas personalidades. El trato era el mismo. Supo disfrutar un buen trago de ron, y en un tiempo fumó. Era delicado, educado y atento con las compañeras. Recuerdo que ante cada gentileza que yo presenciaba le decía “Ahí está el caballero holguinero”, no sin gozar la satisfacción íntima de saberlo bien cercano. Me privilegió con su amistad.
En el orden personal, no puedo concebir una expresión que refleje cuánto aprendí de él. Pero sí me dio una última lección para no olvidar. Días antes de su partida, alcancé a hablarle por teléfono. Ya estaba muy limitado y enfermo, pero a través del auricular lo escuché. Lo sabía próximo al adiós. Le expresé lo más normal que pude la pregunta “?Cómo está Viejo, cómo se siente?, y sacando fuerzas, de no me explico dónde, me respondió, entre palabras entrecortadas y un poco distorsionadas “¡EN..TE..RO!”
*Trabajó durante 14 años con Roberto Pavón Tamayo en la AIN
Lunes, 14 de octubre de 2013
Fuente: Cubaperiodistas.
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