CARA A CARA CON GRANADO POR PRIMERA VEZ.
En octubre de 1967, en aquella edición extraordinaria del periódico Granma, dedicada al Che, tras su caída en Bolivia, se publicó una serie de reportajes y entrevistas, de mi autoría, que formaban parte de una investigación acerca de los amigos del Che residentes en Cuba. Por primera vez apareció en la prensa cubana el nombre de Alberto Granado Jiménez el más fiel y legítimo amigo argentino del joven Ernesto, quien con el andar del tiempo se convertiría en el legendario guerrillero heroico.
El nombre de Granado lo escuché del propio Guevara en 1963 y figuró en mi agenda como señal curiosa de un futuro trabajo periodístico para el Diario Revolución, cuatro años después, amigos comunes en reunión familiar reiteraron el nombre del bioquímico argentino que realizara el famoso raid en moto por países de Suramérica junto a su amigo Ernesto..
En julio de 1967, fui a Santiago de Cuba, a trabajar junto al fotoreportero José Ramos Pichaco, ya fallecido. La indómita Ciudad Héroe festejaría el XIV Aniversario del Asalto al Cuartel Moncada por Fidel Castro y sus intrépidos compañeros de la Generación del Centenario.
Durante las vacaciones de verano, renové el propósito de entrevistar al Dr. Alberto Granado Jiménez, profesor titular en la Universidad de Oriente.
Pregunte por él en diversas fuentes de la ciudad más populosa del Caribe después de La Habana y gracias a Rolando Castillo, un colega del periódico Sierra Maestra, cuatro días antes del 26 de julio, llamé a las puertas del refugio hogareño de mi escurridizo bioquímico cordobés, un cómodo chalet construido por un burgués santiaguero en 1946, en la calle 6 del silencioso barrio Vista Alegre.
Mi empeño se vio frustrado la primera vez. No obstante, repetí visitas y finalmente cristalizó mi propósito. Alberto Granado, vivía junto a su esposa Delia Duque, una bella muchacha de los Andes venezolanos y sus tres hijos, dos caraqueños, Alberto y Delia y una cubana, Roxana, que nació en Santiago de Cuba el 21 de julio de 1964.
La plática transcurrió cordial y amistosamente, en la sala del chalet que mostraba huellas de presencia infantil, niños de energía inagotable. Aquellos hijos de Granado y Delia eran traviesos y locuaces; no recuerdo excesos suntuarios, pero sí cómodos butacones y libros dispersos en estanterías domésticas.
Mi anfitrión se inscribe por su naturaleza, en la categoría de tipos simpáticos; moderada obesidad, corto en la estatura, nariz aguileña, ojos vivaces, locuaz y culto. Ejerce el oficio de la palabra con impecable maestría.
Degustamos, junto a mi fotógrafo, pizzas napolitanas servidas a domicilio y plato fuerte, único, del almuerzo familiar.
Después toleró mi litúrgica retrospectiva, historias de aquella noche de agosto en una playa, de la antigua Provincia de Las Villas, donde se realizaban investigaciones por geofísicos cubanos y soviéticos, en busca de petróleo. Después se hizo un alto en el camino y brotó una fértil plática y se evocaron episodios de años mozos. Guevara mencionó el viaje en moto con Alberto Granado y fue cuando preguntó: ¿sabés donde se encuentra?. Investiga.
Mostré a Granado un dossier con mis reportajes, artículos y crónicas alegóricas al Che a partir de 1959, mi papelería, fotos, cartas y otros documentos acopiados durante un paciente y tortuoso período de investigación, acentuado a partir de su ausencia física. Silencio absoluto.
Será cuando nos conozcamos mejor ¿no crees?.
Recurso muy elegante, pensé, para el rechazo a la entrevista. Ignoro si Alberto indagó en mi vida profesional y política, pero semanas después retorné a Vista Alegre y grabé una extensa plática con él; me honró con su confianza. Abrió sus archivos y me entregó documentos y fotos, una de ellas, después de su publicación en Granma el 17 de octubre de 1967 recorrió el mundo.
Fue captada por un fotógrafo aficionado del leprosario de San Pablo, el 20 de junio de 1952 y recoge el momento en que ambos jóvenes se despiden de los enfermos a bordo de la balsa “Mambo Tango” (Cuba y Argentina unidos por la simbología musical. ¡A navegar por las profundas y misteriosas aguas del Amazonas!
Nuestra exquisita poetisa Fina García Marrúz, en su “Oratoria al Che Guevara” confiesa: “Habrá que creer en el impulsado por la barca que construyeron los pobres; habrá que creer en aquel que no cuenta más que con las bendiciones de los pobres para emprender un azaroso viaje. Habrá que creer en el viaje, si solo los llagados estaban en la orilla para decir adiós”
Granado puso bajo mi custodia notas de su viaje continental; Un facsímil del artículo publicado por un diario de Temuco, Chile. Se aprecia la foto de ambos que ilustra el material bajo el título “Dos expertos argentinos en leprología recorren Sudamérica en motocicleta”
Me hizo entrega de otro documento gráfico de su autoría: él, acciona el obturador de una cámara antidiluviana, mientras Guevara posa ante la ruina de Ollantaytambo, en las cercanías de Cuzco. Es abril, año 1952 y donó también para nuestros archivos, el original de una carta de su amigo redactada en el Departamento Militar de La Cabaña la noche del 11 de marzo, año 1959:
“Mial”
No por esperada tu carta me resultó menos agradable. No te escribí invitándote a esta mi nueva patria porque pensaba ir con Fidel a Venezuela
Acontecimientos posteriores me impidieron hacerlo. Pensaba ir un poco después y una enfermedad me retiene en cama. Espero ir dentro de un mes aproximadamente.
No te contesto tu filosofía barata de la carta porque para eso hace falta un par de mates, una empanadilla y algún rincón a la sombra de un árbol. Allí charlamos.
Recibes el más fuerte abrazo que la dignidad de machito te permite recibir de un ídem.
Che.
Alberto vivió en Cuba desde 1961, año en que también otros dos argentinos, Fernando Barral y José González Aguilar, entrevistados por el autor de estas memorias, ordenaron sus equipajes y decidieron “echar su suerte con los pobres de esta tierra”. Barral, viajó desde Hungría a Cuba, junto a su esposa y cuentan que mostró disposición combativa desde su llegada, pues pidió ir con los milicianos al Escambray, a pelear contra los bandidos armados y entrenados por la CIA para derrocar a la Revolución.
Granado llegó a pocas horas del triunfo popular en Playa Girón.
Junto a Guevara, el bioquímico recorrió el escenario de Bahía de Cochinos, visitó la Sierra Maestra, participó en los actos del Primero de Mayo y más adelante, marchó junto a su familia hacia Santiago de Cuba. Allí se produjo el último encuentro con el Guerrillero Heroico, y de ello tomé nota en mi charla, aquel día de julio del año 1967. Sus reflexiones cierran este episodio.
“y fue en Santiago de Cuba. Allí vivía con mi familia e impartía clases en la Universidad; sin anunciarse, apareció Ernesto con Aleida March, su esposa, y una discreta guardia personal. Yo no sospeché que iba a despedirme del amigo para siempre y le pregunté: “Ernesto, ¿qué querés hacer vos?” “Lo que tú digas”, respondió sonriendo. “Pues voy a darme el lujo, por vez primera en mi vida, de invitar a almorzar a un ministro y su esposa. ¡ Vamos a una pizzería recién inaugurada aquí en Santiago que es una maravilla! “.
- Yo no comprendía que Ernesto no quisiera ir en aquel momento a lugares públicos, sino departir con el amigo. No sospechaba qué había detrás de aquel gesto suyo; por supuesto, cuando nos sentamos a comer en la pizzería Fontana de Trevi, empezó a llegar gente para verlo. Se corrió la voz de que allí estaba el Che y en pocos minutos se inundó aquello de un mar de pueblo.
Fueron momentos muy agradables. Cuando ya se iba, me estrechó la mano y me sugirió que reclamara un libro dedicado por él y siguiera sus “instrucciones” al pie de la letra.
Fueron dos libros. Un amigo común me los entregó después de la muerte del Che en Bolivia.
En “La guerra de guerrillas”, Che escribió la siguiente dedicatoria:
“Alberto, para que tengas esperanzas de no acabar tus días sin sentir el olor de la pólvora y el grito de guerra de los pueblos, una forma sublimada de recibir emociones fuertes, no menos interesante y más útil que la utilizada en el Amazonas.”
Y en la obra “El ingenio”, del escritor e historiador cubano Moreno Fraginals, ya fallecido, redactó una curiosa nota, que yo presentí era una despedida:
“Mial”. No sé qué dejarte de recuerdo. Te obligo pues a internarte en la caña de azúcar. Mi casa rodante tendrá dos patas otra vez y mis sueños no tendrán fronteras, hasta que las balas digan, al menos. Te espero, gitano sedentario, cuando el olor a pólvora amaine. Un abrazo a todos, inclúyeme a Tomás. Che.”
Para Alberto Granado, su amigo Ernesto Guevara sigue vivo, igual que en los tiempos de los años mozos en Córdoba, cuando jugaban fútbol y rugby, discutían de política y literatura y atendían a los enfermos en los leprosarios.
Por eso, la despedida en Santiago de Cuba fue un hasta luego de dos hombres que ofrecían aquí en Cuba, su cuota de esfuerzos en la construcción del Socialismo.
Fuente: Aldo Isidrón del Valle.
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