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A propósito

REVELACIONES DE UN SAMURAI A PERIODISTA CUBANO.

 Por Aldo Isidrón del Valle. Premio Nacional de periodismo y de la Radio

Anichi Kondo, periodista, escritora, prestigiosa documentalista de la televisión japonesa, filmó en Santa Clara el testimonio exclusivo de un villaclareño, corresponsal de prensa que posee el mérito excepcional de una entrevista con Toshiro Mifune, el célebre actor que universalizó la leyenda del samurai justiciero y encarnó otros personajes dirigidos por el laureado cineasta Akira Kurosawa, a quien Hollywood premiara con un Oscar.

Anichi también grabó testimonios en México y Estados Unidos de personas que conocieron al Samurai del cine nipón, para un documental basado en la vida de esta personalidad artística.

Novedosas revelaciones hizo Mifune al colega Aldo Isidrón del Valle durante su plática con él en Japón: "Nací en China y después del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki mi familia emigró a Japón. Tenía 25 años y era especialista en dietética, después camarógrafo y actor, gracias a Kurosawa".

Las imágenes, gigantescas fotografías de Toshiro y Kurosawa, fallecidos a finales del siglo XX, presiden el salón de la fama del séptimo arte en el país del Sol Naciente.

Lea el texto escrito por el periodista Aldo Isidrón del Valle para nuestra web:


Anichi Kondo sonríe, detiene sus pasos por la sala-museo de mi hogar, retorna al butacón tibio aún, por la gracia de su cuerpo y solicita permiso para filmar y grabar la entrevista por encargo de un influyente canal de televisión del lejano y añorado Tokio.

-Cuentan que usted posee un sable legítimo de samurai y otro de los que utilizó un General famoso por sus cargas al machete contra el ejército español en la guerra por la independencia de Cuba, en el siglo XIX. ¿Es verdad?

Vista hace fe. La respuesta está ante sus ojos, colgados de la columna de una pared. Anichi, eres la nieta de un fotógrafo amigo, a quien jamás podría negar un favor, de carácter profesional.

No practico las artes marciales y hoy día, quizá por los años que ruedan el olor a pólvora me produce vértigo; pero hace cuatro o cinco décadas figuré en primera línea del campo de batalla, en las arenas de Playa Girón y en las selvas de África, donde era corresponsal de guerra.

Fui honrado por el Ministro de las Fuerzas Armadas, General de Ejército Raúl Castro (hoy Presidente de Cuba) con la Réplica del Machete, o sable del Generalísimo Máximo Gómez.

La otra arma de combate de origen japonés, fue un obsequio del actor Toshiro Mifune, (Tsingtao, China; 1920, Tokio, Japón, 1997), célebre por sus películas de guerrero samurai, algunas de ellas establecieron récord de público en nuestros cines. Los legendarios filmes del oeste norteamericano ausentes en las pantallas de nuestros cines, fueron sustituidos por cintas de corte épico, aventura, dramas y comedias de la industria cinematográfica nipona.

El samurai relevó al vaquero norteamericano.

Toshiro Mifune era un ídolo del público cubano.

Los siete samurais, una película ambientada en el Japón feudal, profunda, brillante y visualmente deslumbrante, catapultó a la fama a Toshiro y al laureado Akira Kurosawa. En el festival de Venecia, en 1954 obtuvieron grandes premios. Kurosawa también, con el andar del tiempo conquistaría el Oscar que confiere Hollywood.

El sable de samurai que observas, es una réplica del que usó Toshiro en los siete Samurai.

-Usted fue el primer periodista de habla hispana que entrevistó a Mifune. ¿Cierto?

Dices verdad, y cuento a los lectores que para ello ejercité todos los mecanismos válidos para lograr una entrevista a un hombre que rechazaba a los periodistas con la misma pasión que enfrentaba a sus rivales en sus películas de acción. Un colega tuyo desató la furia de Mifune con un reportaje que puso al descubierto algunas intimidades del actor.

Anichi, no fui a Japón en misión profesional. Fui elegido por el Ministerio de Relaciones Exteriores para presentar en distintas ciudades de Japón una exposición fotográfica que mostraba la portentosa obra de la Revolución Cubana en sus primeros seis años de existencia. Imágenes fabulosas de prestigiosos fotógrafos: Salas, Corrales, Korda, Ernesto y Liborio, entre ellos.

La exposición recorrió las ciudades más importantes de tu país, entre luces y sombras. Fue una experiencia que jamás olvido. Visité  Tokio, Osaka, Nagoya, Kyoto, Hiroshima y Nagasaki. Imaginas el impacto emocional que produjo en tu amigo Aldo recorrer estas dos ciudades mártires, las primeras que sufrieron el genocidio atómico.

Y la entrevista con Mifune, respondo a tu pregunta que fue por iniciativa propia. Al salir de Cuba ya el proyecto estaba diseñado y excepto Enrique de la Osa, director del periódico Revolución, con ninguna otra persona compartí estas ideas.

Fue en Tokio donde conocí al Samurai. Habían transcurrido tres meses desde el instante en que solicité la entrevista con él. Un día el Embajador cubano en Japón, Guillermo León Antich, fue notificado por la oficina de Relaciones Públicas de la Compañía Toho del señor Mifune, recibiría al funcionario cubano, en mi solicitud no hablé de entrevista, sino de conocer al más grande actor de la cinematografía japonesa, estrechar su mano y posar con él.

Fui a su encuentro a la hora convenida (era el seis de febrero año 1965), la entrevista se tramitó por funcionarios de Relaciones Públicas de la Compañía Toho Film. La respuesta demoró, pero llegó.

El ágil ascensor del moderno edificio de la Avenida Guinza, arteria comercial de Tokio, se detuvo en el piso seis (hacia arriba; abajo tenía otros más).

Kitai, mi virtuoso traductor, y Kondo, tu abuelo, el fotógrafo, sugirieron aguardar en el vestíbulo del área central de aquella fastuosa sede financiera de Toho Film.

Aquella tarde de febrero confirmé algo repetido en otros sitios visitados, tus compatriotas, Anichi, son los más exactos del mundo: a las 4:56 pm, oficinas, y cubículos semejaban colmenas humanas, y dos minutos después, la soledad imperaba en el formidable centro, excepto en el lobby, donde se movía inquieto un señor de espesa barba roja, de regular estatura, corpulento, tras consultar su reloj de pulso, disponía su retiro, cuando Kital exclamó:

¡Mifune San! Y él respondió con una sonrisa diplomática y dijo unas frases que Kitai no tradujo, pero yo imaginé. Permanecí en silencio. Ambos conversaron hasta que al fin me estrechó la mano y me invitó a una de aquellas oficinas desoladas.

Algo curioso: Mi traductor, el fotógrafo y yo habíamos permanecido sentados en una cómoda butaca tapizada de azul marino frente a otra de similar cuerpo, donde Toshiro rascaba su barba rojiza y escrutaba impaciente su flamante cronómetro seiko; no lo reconocimos. Su imagen de samurai, con su moño desaliñado, el sable de guerrero impetuoso, listos a enfrentar enemigos, su kimono floreado, era lo que tenía grabado en mis recuerdos y, frente a mí tenía un joven barbudo, elegante que vestía pantalón azul celeste, camisa deportiva y suéter color café: ¡un samurai trasplantado al siglo XX!

Chispearon sus ojos cuando mostré a Toshiro periódicos y revistas cubanos donde nuestros críticos ponderaban su actuación en El bravo y Los siete Samurais, filmes que en el año de mi historia, 1965, establecían record de taquilla; él se mostró muy complacido y me sorprendió leyendo en voz alta, pausadamente un artículo de Bohemia en el idioma de Cervantes y el Quijote y su escudero Sancho.

Advertido de mi asombro, me dijo que durante meses recibía clases de lengua española, “pues voy a México a filmar una película con el director Ismael Rodríguez; tiene un título provisional: Ánimas Trujano. México queda cerca de Cuba ¿verdad?”

A Mifune agradó conocer el impacto de Los Siete Samurais en mi patria y contó al respecto que este film era el más costoso de cuántos realizó su amigo Akira Kurosawa; condujo a la Toho Film a unos metros del precipicio económico, pero conquistó el León de Plata en el Festival de Venecia y recaudó más dinero que ninguna otra película, incluyendo a Rashomon.

Acariciando su barba, comentó: parezco un guerrillero cubano, y me dijo que filmaba en Kioto, la antigua capital imperial, una cinta que dirigía Kurosawa: Barba Roja, que evoca el advenimiento de la medicina en Asia y los conflictos en una aldea de campesinos.

Luego, a preguntas de nosotros respondió que había nacido en Ysingtao (China) en 1920, que veinte años después su familia se trasladó a Japón, a Tokio, y de experto en dietética “pasé a camarógrafo de la Toho, donde mi amigo Kurosawa descubrió mis dotes para las artes y me dio un ligero papel en el filme El ángel ebrio; hasta la fecha he sido protagonista de cincuenta películas, vivo en el número 74 de la calle Seijomachi Setengaya-Kú, estoy casado, tengo dos hijos: Shiro y Takeo, uno estudia medicina, el otro quiere ser piloto.” A ambos no les interesa el cine”.

Mifune nos reveló que vivía al margen de la política, y de política no se habló durante la entrevista. “Soy un actor comprometido con mi arte y con mi público al que respeto y doy cuanto poseo”. Soy amante de la paz: nosotros sufrimos una guerra inútil para toda la humanidad, por ello, mis personajes, mis samurais, expresan afán de justicia popular.

Aquel día de la entrevista Mifune me dijo que ya era uno de los principales accionistas de Toho Film (ello se afirmó por Osaki y Kanda magnates del cine japonés sumados a la entrevista. Bebían sake como unos beduinos sedientos.

Al concluir la plática que duró unas tres horas, Mifune expresó unas frases de refinado protocolo que yo recepcioné y difundí públicamente en el periódico Revolución; allá por 1965, el Samurai fue invitado a Cuba. Quedé esperando por él.
 
Y después de aquella entrevista, en Tokio, ¿qué ocurrió? Me invitó a su residencia y fui su huésped durante algunos días. Junto a él conocí los más importantes centros culturales, y vida nocturna de la fascinante capital del país del sol naciente. Conocí a figuras de teatro Kabuki, del cine y a deportistas.

Toshiro fue judoka y practicó las artes marciales con destreza. En 1997, cuando falleció había filmado en Japón, México y Estados Unidos, cien películas, y una serie para la televisión norteamericana, Shogún, proyectada en Cuba en 1987, mi “safari” con el samurai concluyó con un fuerte estrechón de manos y un ¡hasta luego! Domo arigato, Toránaga San.

 

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